MI EXPERIENCIA COMO EDUCADORA COMUNITARIA
Un comienzo lleno de dudas, pero también de esperanza.
Cuando inicié mi trabajo en el preescolar comunitario, no sabía absolutamente nada del modelo educativo que se manejaba. Todo era nuevo: desde las estrategias hasta los materiales, desde las reuniones con las familias hasta cómo organizar mis clases. Me sentí insegura, confundida incluso con miedo.
Pero dentro de mí había algo más fuerte: las ganas de aprender. Y gracias a compañeras con más experiencia que me orientaron, fui entendiendo poco a poco cómo funcionaba todo. Día tras día fui agarrando confianza y seguridad, aprendiendo de mis errores y celebrando cada pequeño logro.
Mi primer contacto con las mamás fue a través del ECA. Fue este espacio el que me presentó con las madres de familia. ¡Qué nervios tenía ese día! No sabía si me aceptarían, si confiarían en mí, si lograríamos conectarnos.
Pero para mi sorpresa, ellas me recibieron con respeto y con una calidez que jamás olvidaré. Poco a poco, con humildad y disposición, comenzamos a conocernos. En cada reunión fuimos creando lazos, compartiendo ideas y construyendo una relación basada en el respeto mutuo y el deseo común de ver felices a sus pequeños.
Una de las cosas que más me marcó fue ver el esfuerzo que hacían las madres de familia para llevar a sus hijos al preescolar. Muchos vivían lejos y tenían que caminar largos tramos con sus hijos de la mano, con sol o lluvia, pero nunca faltaban.
Eso me enseñó el verdadero valor del compromiso. En las actividades, las mamás no solo participaban: se entregaban de corazón. Aportaban ideas, colaboraban con alegría, y lo más bonito: disfrutaban con sus hijos. Nunca se sintieron “obligadas”, al contrario, siempre estuvieron presentes con entusiasmo y cariño.
Los niños fueron mi motor y mi mayor enseñanza. Desde aprenderme sus nombres, conocer sus gustos, entender sus emociones hasta cantar, jugar, brincar, reír y aprender con ellos. Cada día me regalaban algo nuevo.
Con ellos entendí que la educación va mucho más allá de enseñar letras o números. Se trata de estar presente, de escuchar, de observar con atención y de guiar con amor. Me enseñaron paciencia, ternura, flexibilidad y que todo es más bonito si se vive desde el juego y el cariño.
Claro que hubo momentos difíciles: sentirme cansada, abrumada, insegura. Pero también hubo muchos más momentos de alegría, de satisfacción, de sentir que estaba haciendo algo bonito y valioso.
Cuando tienes el apoyo de una comunidad, todo se vuelve más llevadero. Las mamás siempre estuvieron ahí: animándome, colaborando, dando ideas. Nunca estuve sola. Juntas hicimos del preescolar un espacio de amor y aprendizaje.
Una etapa que me cambió para siempre
Hoy solo puedo decir gracias.
Gracias a cada mamá que confió en mí.
Gracias a cada niño que me regaló una sonrisa.
Gracias a mi ECA, que me abrió las puertas a una comunidad hermosa.
Gracias a esta experiencia, que me hizo crecer como persona y como educadora.
Trabajar en un preescolar comunitario no fue solo un trabajo. Fue una experiencia de vida. Una aventura llena de retos, si pero también de cariño, esfuerzo compartido y aprendizajes que llevará para siempre en el corazón.
Si estás por comenzar esta experiencia.
Sólo te digo esto: Ábrete, escucha, confía, aprende, y deja que el corazón te guía.
La comunidad te transforma si tú también estás dispuesto a transformarte con ella.
excelente información, ojala y sigas contandonos de tu experiencia y que poco a poco vallas documentando toda tu experiencia y compartiendola con otros compañeros. me encanto.
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